jueves, 28 de febrero de 2013

SEDE VACANTE







¡GRACIAS SANTO PADRE!

¡GRACIAS BENEDICTO XVI!

¡QUE TODA NUESTRA VIDA SEA UN ACTO DE AMOR!

"NO ABANDONO LA CRUZ"



¡Venerados hermanos en el Episcopado!
¡Distinguidas autoridades!
¡Queridos hermanos y hermanas!
Os agradezco por haber venido tan numerosos a esta última audiencia general de mi pontificado.
Como el apóstol Pablo en el texto bíblico que hemos escuchado, también yo siento en mi corazón el deber sobre todo de agradecer a Dios, que guía y hace crecer a la Iglesia, que siembra su Palabra y así alimenta la fe en su Pueblo.
En este momento mi ánimo se extiende para abrazar a toda la Iglesia difundida en el mundo y doy gracias a Dios por las "noticias" que en estos años del ministerio petrino he podido recibir acerca de la fe en el Señor Jesucristo y de la caridad que está en el Cuerpo de la Iglesia y lo hace vivir en el amor y de la esperanza que nos abre y nos orienta hacia la vida en plenitud, hacia la patria del Cielo.
Siento que he de llevar a todos en la oración, en un presente que es el de Dios, donde recojo todo encuentro, todo viaje, toda visita pastoral. Todo y a todos los recojo en la oración para confiarlos al Señor porque tenemos pleno conocimiento de su voluntad, con toda sabiduría e inteligencia espiritual, y porque podemos comportarnos de manera digna de Él, de su amor, dando fruto en toda obra buena (cfr Col 1,9-10).
En este momento, hay en mí una gran confianza, porque sé, sabemos todos nosotros, que la Palabra de verdad del Evangelio es la fuerza de la Iglesia, es su vida. El Evangelio purifica y renueva, da fruto, donde esté la comunidad de los creyentes lo escucha y acoge la gracia de Dios en la verdad y vive en la caridad. Esta es mi confianza, esta es mi alegría.
Cuando el 19 de abril de hace casi ocho años, acepté asumir el ministerio petrino, tuve firme esta certeza que siempre me ha acompañado. En aquel momento, como ya he dicho varias veces, las palabras que resonaron en mi corazón fueron: "¿Señor, qué cosa me pides?" Es un peso grande el que me pones sobre la espalda, pero si Tú me lo pides, en tu palabra lanzaré las redes, seguro que Tú me guiarás.
Y el Señor verdaderamente me ha guiado, ha estado cercano a mí, he podido percibir cotidianamente su presencia. Ha sido un trato de camino de la Iglesia que ha tenido momentos de alegría y de luz, pero también momentos no fáciles; me he sentido como San Pedro con los Apóstoles en la barca sobre el lago de Galilea: el Señor nos ha dado muchos días de sol y de brisa ligera, días en los que la pesca ha sido abundante; y ha habido también momentos en los que las aguas estaban agitadas y el viento era contrario, como en toda la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir.
Pero siempre he sabido que en aquella barca está el Señor y siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino que es suya y no la deja hundirse; es Él quien la conduce ciertamente también a través de hombres que ha elegido, porque así lo ha querido. Esta ha sido y es una certeza que nada puede ofuscar. Y es por esto que hoy mi corazón está lleno de agradecimiento a Dios porque no ha dejado nunca que le falte a la Iglesia y también a mí su consuelo, su luz y su amor.
Estamos en el Año de la Fe, que he querido para reforzar nuestra fe en Dios en un contexto que parece ponerlo siempre más en segundo plano. Quisiera invitar a todos a renovar la firme confianza en el Señor, a confiarnos como niños en los brazos de Dios, certeros de que esos brazos nos sostienen siempre y son lo que permite caminar cada día también en la fatiga. Quisiera que cada uno se sintiese amado por aquel Dios que nos ha dado a su Hijo a nosotros y que nos ha mostrado su amor sin límites.
Quisiera que cada uno sintiese la alegría de ser cristiano. En una bella oración que se recita cotidianamente en la mañana se dice: "Te adoro Dios mío y te amo con todo el corazón. Te agradezco por haberme creado, hecho cristiano…" Sí, estamos contentos por el don de la fe, ¡es el bien más precioso, que nadie nos puede quitar! Agradecemos al Señor por esto cada día, con la oración y con una vida cristiana coherente. ¡Dios nos ama, pero espera que también que nosotros lo amemos!
Pero no es solamente Dios a quien quiero agradecer en este momento. Un Papa no está solo en la guía de la Barca de Pedro, si bien es su primera responsabilidad, y yo no me he sentido solo nunca en llegar la alegría y el peso del ministerio petrino; el Señor me ha dado tantas personas que, con generosidad y amor a Dios y a la Iglesia, me han ayudado y han estado cercanas a mí.
Primero que nada a vosotros, queridos hermanos cardenales: vuestra sabiduría, vuestros consejos, vuestra amistad han sido para mí preciosos; mis colaboradores; comenzando por mi Secretario de Estado que me ha acompañado con fidelidad en estos años; la Secretaría de Estado y toda la Curia Romana, como también todos aquellos que, en diversos sectores, prestan su servicio a la Santa Sede: son muchos rostros que no aparecen, que se quedan en la sombra, pero en el silencio, en la dedicación cotidiana, con espíritu de fe y humildad han sido para mí un sostén seguro y confiable. ¡Un recuerdo especial para la Iglesia de Roma, mi diócesis!
No puedo olvidar a los hermanos en el Episcopado y en el presbiterado, las personas consagradas y todo el Pueblo de Dios: en las visitas pastorales, en los encuentros, en las audiencias, en los viajes, siempre he percibido una gran atención y un profundo afecto; pero también he querido a todos y a cada uno, sin distinción, con aquella caridad pastoral que da el corazón de Pastor, sobre todo de Obispo de Roma, de Sucesor del Apóstol Pedro. Cada día he tenido a cada uno de vosotros en mi oración, con corazón de padre.
Quisiera que mi saludo y mi agradecimiento alcanzase a todos: el corazón de un Papa se extiende al mundo entero. Y quisiera expresar mi gratitud al Cuerpo diplomático ante la Santa Sede, que hace presente a la gran familia de las naciones. Aquí también pienso en todos aquellos que trabajan para una buena comunicación y que agradezco por su importante servicio.
En este punto quisiera agradecer de corazón también a todas las numerosas personas en todo el mundo que en las últimas semanas me han enviado signos conmovedores de atención, de amistad en la oración. Sí, el Papa nunca está solo, y ahora lo experimento nuevamente de un modo tan grande que toca el corazón. El Papa pertenece a todos y a tantísimas personas que se sienten cercanos a él.
Es cierto que recibo cartas de los grandes del mundo: de los Jefes de Estado, de los jefes religiosos, de los representantes del mundo de la cultura, etcétera. Pero recibo también muchísimas cartas de personas sencillas que me escriben simplemente desde su corazón y me hacen sentir su afecto, que nace del estar juntos con Cristo Jesús, en la Iglesia. Estas personas no me escriben como se escribe por ejemplo a un príncipe o a un grande que no se conoce. Me escriben como hermanos y hermanas o como hijos e hijas, con el sentido de una relación familiar muy afectuosa.
Aquí se puede tocar con la mano qué cosa es la Iglesia: no es una organización ni una asociación de fines religiosos o humanitarios; sino un cuerpo vivo, una comunión de hermanos y hermanas en el Cuerpo de Jesucristo, que nos une a todos. Experimentar la Iglesia de este modo y poder casi tocar con las manos la fuerza de su verdad y de su amor es motivo de alegría, en un tiempo en el que tantos hablan de su declive.
En estos últimos meses, he sentido que mis fuerzas han disminuido y he pedido a Dios con insistencia en la oración que me ilumine con su luz para hacerme tomar la decisión más justa no por mi bien, sino por el bien de la Iglesia. He dado este paso en la plena conciencia de su gravedad e incluso de su novedad, pero con una profunda serenidad de ánimo. Amar a la Iglesia significa también tener el coraje de tomar decisiones difíciles, sufrientes, teniendo siempre primero el bien de la Iglesia y no el de uno mismo.
Aquí permítanme volver una vez más al 19 de abril de 2005. La gravedad de la decisión estuvo en el hecho que desde aquel momento estaba siempre y para siempre ocupado en el Señor. Siempre quien asume el ministerio petrino no tiene más privacidad alguna. Pertenece siempre y totalmente a todos, a toda la Iglesia.
A su vida se le retira, por así decirlo, la dimensión privada. He podido experimentar y lo experimento precisamente ahora, que uno recibe la vida justamente cuando la dona. Ya he dicho que muchas personas que aman al Señor aman también al Sucesor de San Pedro y le tienen afecto; que el Papa tiene verdaderamente hermanos y hermanas, hijos e hijas en todo el mundo, y que se siente seguro en el abrazo de su comunión; porque no se pertenece más a sí mismo, pertenece a todos y todos pertenecen a él.
El "siempre" es también un "para siempre": no se puede volver más a lo privado. Mi decisión de renunciar al ejercicio activo del ministerio no revoca esto. No vuelvo a la vida privada, a una vida de viajes, encuentros, recibimientos, conferencias, etcétera. No abandono la cruz, sino que quedo de modo nuevo ante el Señor crucificado.
Ya no llevo la potestad del oficio para el gobierno de la Iglesia, sino que en el servicio de la oración quedo, por así decirlo, en el recinto de San Pedro. San Benito, cuyo nombre llevo como Papa, será un gran ejemplo de esto. Él ha mostrado el camino para una vida que, activa o pasiva, pertenece totalmente a la obra de Dios.
Agradezco a todos y a cada uno también por el respeto y la comprensión con la que han acogido esta decisión tan importante. Seguiré acompañando el camino de la Iglesia con la oración y la reflexión, con aquella dedicación al Señor y a su Esposa que he buscado vivir hasta ahora cada día y que quiero vivir siempre.
Les pido recordarme ante Dios, y sobre todo rezar por los cardenales llamados a una tarea tan relevante, y por el nuevo Sucesor del Apóstol Pedro: que el Señor lo acompañe con la luz y la fuerza de su Espíritu.
Invoquemos la intercesión maternal de la Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia, para que nos acompañe a cada uno de nosotros y a toda la comunidad eclesial; a ella nos acogemos con profunda confianza.
¡Queridos amigos! Dios guía a su Iglesia, la levanta siempre también y sobre todo en los momentos difíciles. No perdamos nunca esta visión de fe, que es la única y verdadera visión del camino de la Iglesia y del mundo. Que en nuestro corazón, en el corazón de cada uno de vosotros, esté siempre la alegre certeza de que el Señor está a nuestro lado, no nos abandona, es cercano y nos rodea con su amor. ¡Gracias!
                                                            BENEDICTO XVI
                                                           

miércoles, 27 de febrero de 2013

LA TOZUDA REALIDAD


La oración está siendo "un Bálsamo de Fierabrás" para nuestros espíritus.
Una vez a la semana nos juntamos a rezar en la capilla del colegio,¡¡¡VOLUNTARIAMENTE!!!, profesores y algunas madres. Hemos tenido la osadía de darnos un nombre: 
Grupo de oración: "A LA LUZ DEL SAGRARIO CON MATILDE".
Dedicar un tiempo, que no nos sobra por nuestras muchas ocupaciones, a parar, reflexionar y escuchar nos está viniendo de maravilla para crecer como personas, al sembrar y recolectar prácticamente a la vez, ya que lo que unos siembran se transforma, inmediatamente, en frutos para otros.
El centro de nuestra oración es siempre La Palabra del domingo anterior y de ahí fluye todo, con la ayuda del Espíritu Santo. 
Sabedores de que las condiciones de "nuestro DESIERTO"   son cada vez más extremas y que las TENTACIONES  que nos acechan son cada vez más atrayentes, ponemos nuestra FE Y ESPERANZA, en la oración y en la caridad de unos con otros.
Así el lema de este año se cumple: 
"SOMOS MUCHOS. SOMOS UNO. 
¡PONLE CORAZÓN!
Pese a la tozuda realidad del día a día.

Las consecuencias son inevitables 
el vértigo es la perfección de la belleza 
el invierno es peor que la primavera 
y el verano lo mejor e incuestionable 

La fe es un grave sufrimiento 
es como amar a un extraño, en vano 
que no se presenta por mucho que 
uno llame, desesperado 

¿Por qué siempre conviene 
alegrar a la gente? 
también de vez en cuando esta bien 
asustar un poco 

Las consecuencias son inevitables 
tuyo es, solo, lo que no tiene dueño 
olvidas poco a poco todos tus sueños 
y recuerdas el amor inalcanzable 

Cada uno se dedica simplemente 
a salvar su propio pellejo 
gastando la vida en viajes y festejos 
haciendo planes, prestando atención a charlas sin sentido 

¿Por qué siempre conviene 
alegrar a la gente? 
también de vez en cuando esta bien 
asustar un poco 

Las consecuencias son inevitables 
la juventud no te acompañará 
los próximos mil años 

Fiel las imágenes eternas 
pero constante en la contemplación 
dispuesto como siempre a la acción 
al sacrificio y a la recompensa 

¿Por qué siempre conviene 
alegrar a la gente? 
también de vez en cuando esta bien 
sí, esta bien 

¿Por que siempre conviene 
alegrar a la gente? 
también de vez en cuando esta bien 
asustar un poco.
(Enrique Bombury)

miércoles, 13 de febrero de 2013

MIÉRCOLES DE CENIZA


«Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras»(Hb 10, 24)




La fe cristiana es siempre un escándalo, creer que Dios se preocupa de los seres humanos, que nos conoce... que el Inmortal ha sufrido y muerto en la Cruz, que a los mortales nos haya prometido la resurrección y la Vida.... esto es sin duda una auténtica osadía.
       Este escándalo, que no puede ser suprimido si no se quiere anular el cristianismo, ha sido desgraciadamente ensombrecido por los dolorosos escándalos de los anunciadores de la fe. Se crea una situación peligrosa cuando estos escándalos ocupan el puesto del escándalo primario de la Cruz, haciéndolo así inaccesible; esto es, cuando esconden la verdadera exigencia cristiana detrás de la ineptitud de los mensajeros....        .
       Hay una razón más para pensar que sea de nuevo el momento de buscar el verdadero distanciamiento del mundo, de desprenderse con audacia de lo que hay de mundano en la Iglesia. Naturalmente, esto no quiere decir retirarse del mundo, es más bien lo contario. Una Iglesia aligerada de los elementos mundanos es capaz de comunicar a los hombres, especialmente a los que sufren, la fuerza vital de la fe cristiana, precisamente también en el ámbito social y caritativo: “Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia.”                                                                            Mensaje de Benedicto XVI. Cuaresma 2013


El Miércoles de Ceniza es para los católicos día de ayuno y 

abstinencia, se realiza la imposición de la ceniza a los 

fieles que asisten a Misa. Da inicio a la “Cuaresma” (40 días 

de preparación para la Pascua), que comienza el Miércoles 

de Ceniza y termina el Domingo de Ramos. Estas cenizas se 

elaboran a partir de la quema de los ramos del Domingo de 

Ramos del año anterior, y son bendecidas y colocadas sobre 

la cabeza o la frente de los fieles, como signo de la 

caducidad de la condición humana. Mientras lo hace repite 

las palabras “Recuerda que polvo eres y en polvo te has 

de convertir”. La ceniza representa la destrucción de los 

errores del año anterior al ser éstos quemados.  

Partiendo de esta idea, en este enlace tenemos una presentación  de 2 minutos para reflexionar sobre la fugacidad de nuestra existencia y la inmensidad de la obra de Dios.  http://marcbrecy.perso.neuf.fr/history.html


        
                                                    
“Cree en Jesús y sigue el Evangelio” y ”Arrepiéntete y cree en el Evangelio” , son otras dos fórmulas que empleamos en la imposición de la ceniza.
La Palabra, siempre la Palabra, como hilo conductor del ovillo de nuestras vidas.
¡Qué lección nos trae la que ahora leemos!
¡Qué ha tiempo para los problemas de nuestro colegio!
La Divina Providencia la pone ante nuestros ojos, para calmar, sosegar, templar nuestros espíritus.
Libémosla como obreras que somos de esta colmena.
¡Qué no nos distraiga la gloria de lo efímero!
¡Qué sepamos ser alimento para los demás! ¡AMÉN!
 
Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo. 
Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. 
Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha, 
para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. 
Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. 
Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. 
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa. 
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, 
para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
(Mt 6,6;16-18)

Los tellistas iniciamos ilusionados este Tiempo de Cuaresma, en el que el Espíritu Santo nos traerá la dicha de un Papado renovado.
En esta renovación de la Iglesia ponemos nuestro pequeño granito de arena con la ORACIÓN ANTE EL SAGRARIO como estandarte.
Que ella nos permita, por la intercesión de María Madre de la Iglesia, llegar al misterio de la Pascua de Resurrección limpios y despiertos.
¡Ánimo y Adelante, como Matilde!
 AMÉN!   

LOS TELLISTAS, FIJÁNDONOS EN EL PRÓJIMO, INICIAMOS EL TIEMPO DE CUARESMA


«Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras»
                                                                                                                                     (Hb 10, 24)
Queridos hermanos y hermanas
La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. En efecto, este es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual.
Este año deseo proponer algunas reflexiones a la luz de un breve texto bíblico tomado de la Carta a los Hebreos: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (10,24). Esta frase forma parte de una perícopa en la que el escritor sagrado exhorta a confiar en Jesucristo como sumo sacerdote, que nos obtuvo el perdón y el acceso a Dios. El fruto de acoger a Cristo es una vida que se despliega según las tres virtudes teologales: se trata de acercarse al Señor «con corazón sincero y llenos de fe» (v. 22), de mantenernos firmes «en la esperanza que profesamos» (v. 23), con una atención constante para realizar junto con los hermanos «la caridad y las buenas obras» (v. 24).
Asimismo, se afirma que para sostener esta conducta evangélica es importante participar en los encuentros litúrgicos y de oración de la comunidad, mirando a la meta escatológica: la comunión plena en Dios (v. 25). Me detengo en el versículo 24, que, en pocas palabras, ofrece una enseñanza preciosa y siempre actual sobre tres aspectos de la vida cristiana: la atención al otro, la reciprocidad y la santidad personal.
1. "Fijémonos": la responsabilidad para con el hermano.
El primer elemento es la invitación a «fijarse»: el verbo griego usado es katanoein, que significa observar bien, estar atentos, mirar conscientemente, darse cuenta de una realidad. Lo encontramos en el Evangelio, cuando Jesús invita a los discípulos a «fijarse» en los pájaros del cielo, que no se afanan y son objeto de la solícita y atenta providencia divina (cf. Lc 12,24), y a «reparar» en la viga que hay en nuestro propio ojo antes de mirar la brizna en el ojo del hermano (cf. Lc 6,41). Lo encontramos también en otro pasaje de la misma Carta a los Hebreos, como invitación a «fijarse en Jesús» (cf. 3,1), el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe. Por tanto, el verbo que abre nuestra exhortación invita a fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los unos a los otros, a no mostrarse extraños, indiferentes a la suerte de los hermanos. Sin embargo, con frecuencia prevalece la actitud contraria: la indiferencia o el desinterés, que nacen del egoísmo, encubierto bajo la apariencia del respeto por la «esfera privada».
También hoy resuena con fuerza la voz del Señor que nos llama a cada uno de nosotros a hacernos cargo del otro. Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos «guardianes» de nuestros hermanos (cf. Gn 4,9), que entablemos relaciones caracterizadas por el cuidado reciproco, por la atención al bien del otro y a todo su bien. El gran mandamiento del amor al prójimo exige y urge a tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad respecto a quien, como yo, es criatura e hijo de Dios: el hecho de ser hermanos en humanidad y, en muchos casos, también en la fe, debe llevarnos a ver en el otro a un verdadero alter ego, a quien el Señor ama infinitamente.
Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón. El Siervo de Dios Pablo VI afirmaba que el mundo actual sufre especialmente de una falta de fraternidad: «El mundo está enfermo. Su mal está menos en la dilapidación de los recursos y en el acaparamiento por parte de algunos que en la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos» (Carta. enc. Populorum progressio [26 de marzo de 1967], n. 66).
La atención al otro conlleva desear el bien para él o para ella en todos los aspectos: físico, moral y espiritual. La cultura contemporánea parece haber perdido el sentido del bien y del mal, por lo que es necesario reafirmar con fuerza que el bien existe y vence, porque Dios es «bueno y hace el bien» (Sal 119,68). El bien es lo que suscita, protege y promueve la vida, la fraternidad y la comunión. La responsabilidad para con el prójimo significa, por tanto, querer y hacer el bien del otro, deseando que también él se abra a la lógica del bien; interesarse por el hermano significa abrir los ojos a sus necesidades.
La Sagrada Escritura nos pone en guardia ante el peligro de tener el corazón endurecido por una especie de «anestesia espiritual» que nos deja ciegos ante los sufrimientos de los demás. El evangelista Lucas refiere dos parábolas de Jesús, en las cuales se indican dos ejemplos de esta situación que puede crearse en el corazón del hombre. En la parábola del buen Samaritano, el sacerdote y el levita «dieron un rodeo», con indiferencia, delante del hombre al cual los salteadores habían despojado y dado una paliza (cf. Lc 10,30-32), y en la del rico epulón, ese hombre saturado de bienes no se percata de la condición del pobre Lázaro, que muere de hambre delante de su puerta (cf. Lc 16,19).
En ambos casos se trata de lo contrario de «fijarse», de mirar con amor y compasión. ¿Qué es lo que impide esta mirada humana y amorosa hacia el hermano? Con frecuencia son la riqueza material y la saciedad, pero también el anteponer los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás. Nunca debemos ser incapaces de «tener misericordia» para con quien sufre; nuestras cosas y nuestros problemas nunca deben absorber nuestro corazón hasta el punto de hacernos sordos al grito del pobre.
En cambio, precisamente la humildad de corazón y la experiencia personal del sufrimiento pueden ser la fuente de un despertar interior a la compasión y a la empatía: «El justo reconoce los derechos del pobre, el malvado es incapaz de conocerlos» (Pr 29,7). Se comprende así la bienaventuranza de «los que lloran» (Mt 5,4), es decir, de quienes son capaces de salir de sí mismos para conmoverse por el dolor de los demás. El encuentro con el otro y el hecho de abrir el corazón a su necesidad son ocasión de salvación y de bienaventuranza.
El «fijarse» en el hermano comprende además la solicitud por su bien espiritual. Y aquí deseo recordar un aspecto de la vida cristiana que a mi parecer ha caído en el olvido: la corrección fraterna con vistas a la salvación eterna. Hoy somos generalmente muy sensibles al aspecto del cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi por completo respecto a la responsabilidad espiritual para con los hermanos. No era así en la Iglesia de los primeros tiempos y en las comunidades verdaderamente maduras en la fe, en las que las personas no sólo se interesaban por la salud corporal del hermano, sino también por la de su alma, por su destino último.
En la Sagrada Escritura leemos: «Reprende al sabio y te amará. Da consejos al sabio y se hará más sabio todavía; enseña al justo y crecerá su doctrina» (Pr 9,8ss). Cristo mismo nos manda reprender al hermano que está cometiendo un pecado (cf. Mt 18,15). El verbo usado para definir la corrección fraterna —elenchein— es el mismo que indica la misión profética, propia de los cristianos, que denuncian una generación que se entrega al mal (cf. Ef 5,11). La tradición de la Iglesia enumera entre las obras de misericordia espiritual la de «corregir al que se equivoca». Es importante recuperar esta dimensión de la caridad cristiana.
Frente al mal no hay que callar. Pienso aquí en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecúan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien. Sin embargo, lo que anima la reprensión cristiana nunca es un espíritu de condena o recriminación; lo que la mueve es siempre el amor y la misericordia, y brota de la verdadera solicitud por el bien del hermano. El apóstol Pablo afirma: «Si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado» (Ga 6,1). En nuestro mundo impregnado de individualismo, es necesario que se redescubra la importancia de la corrección fraterna, para caminar juntos hacia la santidad. Incluso «el justo cae siete veces» (Pr 24,16), dice la Escritura, y todos somos débiles y caemos (cf. 1 Jn 1,8).
Por lo tanto, es un gran servicio ayudar y dejarse ayudar a leer con verdad dentro de uno mismo, para mejorar nuestra vida y caminar cada vez más rectamente por los caminos del Señor. Siempre es necesaria una mirada que ame y corrija, que conozca y reconozca, que discierna y perdone (cf. Lc 22,61), como ha hecho y hace Dios con cada uno de nosotros.
2. "Los unos en los otros": el don de la reciprocidad.
Este ser «guardianes» de los demás contrasta con una mentalidad que, al reducir la vida sólo a la dimensión terrena, no la considera en perspectiva escatológica y acepta cualquier decisión moral en nombre de la libertad individual. Una sociedad como la actual puede llegar a ser sorda, tanto ante los sufrimientos físicos, como ante las exigencias espirituales y morales de la vida. En la comunidad cristiana no debe ser así.
El apóstol Pablo invita a buscar lo que «fomente la paz y la mutua edificación» (Rm 14,19), tratando de «agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación» (ib. 15,2), sin buscar el propio beneficio «sino el de la mayoría, para que se salven» (1 Co 10,33). Esta corrección y exhortación mutua, con espíritu de humildad y de caridad, debe formar parte de la vida de la comunidad cristiana.
Los discípulos del Señor, unidos a Cristo mediante la Eucaristía, viven en una comunión que los vincula los unos a los otros como miembros de un solo cuerpo. Esto significa que el otro me pertenece, su vida, su salvación, tienen que ver con mi vida y mi salvación. Aquí tocamos un elemento muy profundo de la comunión: nuestra existencia está relacionada con la de los demás, tanto en el bien como en el mal; tanto el pecado como las obras de caridad tienen también una dimensión social.
En la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, se verifica esta reciprocidad: la comunidad no cesa de hacer penitencia y de invocar perdón por los pecados de sus hijos, pero al mismo tiempo se alegra, y continuamente se llena de júbilo por los testimonios de virtud y de caridad, que se multiplican. «Que todos los miembros se preocupen los unos de los otros» (1 Co 12,25), afirma san Pablo, porque formamos un solo cuerpo.
La caridad para con los hermanos, una de cuyas expresiones es la limosna —una típica práctica cuaresmal junto con la oración y el ayuno—, radica en esta pertenencia común. Todo cristiano puede expresar en la preocupación concreta por los más pobres su participación del único cuerpo que es la Iglesia. La atención a los demás en la reciprocidad es también reconocer el bien que el Señor realiza en ellos y agradecer con ellos los prodigios de gracia que el Dios bueno y todopoderoso sigue realizando en sus hijos. Cuando un cristiano se percata de la acción del Espíritu Santo en el otro, no puede por menos que alegrarse y glorificar al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5,16).
3. "Para estímulo de la caridad y las buenas obras": caminar juntos en la santidad.
Esta expresión de la Carta a los Hebreos (10, 24) nos lleva a considerar la llamada universal a la santidad, el camino constante en la vida espiritual, a aspirar a los carismas superiores y a una caridad cada vez más alta y fecunda (cf. 1 Co 12,31-13,13). La atención recíproca tiene como finalidad animarse mutuamente a un amor efectivo cada vez mayor, «como la luz del alba, que va en aumento hasta llegar a pleno día» (Pr 4,18), en espera de vivir el día sin ocaso en Dios. El tiempo que se nos ha dado en nuestra vida es precioso para descubrir y realizar buenas obras en el amor de Dios. Así la Iglesia misma crece y se desarrolla para llegar a la madurez de la plenitud de Cristo (cf. Ef 4,13). En esta perspectiva dinámica de crecimiento se sitúa nuestra exhortación a animarnos recíprocamente para alcanzar la plenitud del amor y de las buenas obras.
Lamentablemente, siempre está presente la tentación de la tibieza, de sofocar el Espíritu, de negarse a «comerciar con los talentos» que se nos ha dado para nuestro bien y el de los demás (cf. Mt 25,25ss). Todos hemos recibido riquezas espirituales o materiales útiles para el cumplimiento del plan divino, para el bien de la Iglesia y la salvación personal (cf. Lc 12,21b; 1 Tm 6,18). Los maestros de espiritualidad recuerdan que, en la vida de fe, quien no avanza, retrocede.
Queridos hermanos y hermanas, aceptemos la invitación, siempre actual, de aspirar a un «alto grado de la vida cristiana» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte [6 de enero de 2001], n. 31). Al reconocer y proclamar beatos y santos a algunos cristianos ejemplares, la sabiduría de la Iglesia tiene también por objeto suscitar el deseo de imitar sus virtudes. San Pablo exhorta: «Que cada cual estime a los otros más que a sí mismo» (Rm 12,10).
Ante un mundo que exige de los cristianos un testimonio renovado de amor y fidelidad al Señor, todos han de sentir la urgencia de ponerse a competir en la caridad, en el servicio y en las buenas obras (cf. Hb 6,10). Esta llamada es especialmente intensa en el tiempo santo de preparación a la Pascua. Con mis mejores deseos de una santa y fecunda Cuaresma, os encomiendo a la intercesión de la Santísima Virgen María y de corazón imparto a todos la Bendición Apostólica.
Vaticano, 3 de noviembre de 2011                BENEDICTUS PP XVI

martes, 12 de febrero de 2013

LA SABIDURÍA DE LA DEBILIDAD

Antes de empezar el Tiempo de Cuaresma, quería remarcar la importancia de la vida religiosa para todos los cristianos. En estos tiempos de duda y tribulación, los religiosas y religiosas son un faro en la niebla.
En nuestro caso, las Hijas de María Madre de la Iglesia, a la luz del Sagrario, son el referente de la vida consagrada para la Familia Tellista.
Quiero hacer llegar aquí las palabras de Benedicto XVI y dos artículos del ABC que inciden, desde la opinión y desde el Evangelio, en la verdad de vida que es la consagración al servicio de los demás en nombre de Nuestro Señor Jesucristo.
¡ÁNIMO Y ADELANTE, COMO MATILDE!



Puede parecer una paradoja, pero el Papa, en las Jornadas de Vida Consagrada, les ha dicho a los religiosos y religiosas que les invita a vivir una fe que sepa reconocer la sabiduría de la debilidad:
" Justamente en las limitaciones y en las debilidades humanas estamos llamados a vivir con Cristo en una tensión integral. el gozo de la vida consagrada pasa necesariamente a través de la participación en la cruz de Cristo."
El Papa invitó a los religiosos a "una peregrinación interior en la que recuerden el primer amor con el que el Señor Jesucristo caldeó su corazón; y no por nostalgia sino para alimentar esa llama."
Para eso, es necesario "estar con Él en el silencio de la Adoración y despertar así la voluntad y la alegría de compartir la vida, las opciones, la obediencia de fe, las bienaventuranzas de los pobres, la radicalidad del amor."



LA VIDA CONSAGRADA

Los religiosos y religiosas están en el corazón mismo de la Iglesia como elementos decisivos para su misión y son una acreditada tarjeta "VIP" de la propuesta cristiana.La educación cristiana de los niños y de los jóvenes está de forma mayoritaria en manos de las congregaciones religiosas.
La presencia de la Iglesia en las fronteras de lo humano y de lo geográfico no es ajena a esta forma de vida. Dado que el misterio de Jesús continúa en la Iglesia, los religiosos y las religiosas, como memoria de la forma de vida de Jesús, contribuyen decisivamente a revelar la cara más profunda de la paradoja y de la singular radicalidad de la experiencia cristiana.
El 2 de febrero se celebraron la Jornada de la Vida Consagrada.El número de congregaciones y sociedades de vida apostólica en España son 106 masculinas, con 11.472 miembros y 302 femeninas con 37.012 miembros.El Jesuita P. Elías Royón, presidente de la CONFER, organismo que coordina a los religiosos españoles, se refirío en su intervención inicial de la última Asamblea de esta institución a dos cuestiones que han sido protagonistas, incluso, de los medios durante los días pasados: El problema vocacional y las relaciones con los obispos.
El hecho que la Conferencia Episcopal emitiera un comunicado a partir de la negativa del arzobispo de Oviedo, monseñor Sanz Montes, él mismo religioso, a que se celebraran unas jornadas de pastoral organizadas por Escuelas Católicas en su diócesis, iniciativa seguida por varios obispos más, y la adecuada respuesta al caso de los responsables de Escuelas Católicas, no es baladí y no tenía muchos precedentes. Lección ya superada.La asignatura pendiente de un documento de la Conferencia Episcopal sobre las mutuas relaciones entre obispos y religiosos podrá ser, una vez más, una oportunidad para que resplandezca la verdad de la vida consagrada., si se enfoca y propone adecuadamente.Representa un tesoro demasiado granado para que su valor y ejemplaridad cotice a la baja.                                                                                                                 

  José Francisco Serrano Oceja (ABC )


LA LUZ Y LA CEGUERA

Cuando Jesús se dirigió por primera vez a sus vecinos y amigos de Nazaret en la sinagoga, quiso explicarles cuál era el sentido de su misión y qué cabía esperar de Él.No era un predicador más ni un taumaturgo más, no, Jesús es aquel a quien Dios ha encomendado restaurar el plan original que tenía pensado para la humanidad desde antes de la creación del mundo, plan que se , malogró con el pecado del hombre.
Por eso, al leer a Isaías, toma el texto en el que se explica que el Espíritu de dios le ha ungido con un doble fin: dar la vista a los ciegos y libertad a los oprimidos. Porque todos estamos ciegos en la medida que hacemos una lectura de la vida sin fe, sin una visión sobrenatural. Solo aquel que entiende que Dios ha preparado para cada uno una historia de salvación, que pasa por la cruz y por la luz es capaz de dar sentido pleno a su existencia.
Somos muchos los que andamos como ciegos, a tientas y sin saber muy bien a quién y dónde dirigirnos.
Pero en Cristo y en su Iglesia encontramos un puerto seguro y una meta cierta a la que dirigir nuestros esfuerzos.
En segundo lugar, dice el Señor que Él ha venido para dar libertad a los cautivos, pues nuestra ceguera nos ha hecho muchas veces tropezar y convertirnos en esclavos de innumerables elementos: miedos, manías, frustraciones adicciones que nos esclavizan y no nos dejan ser nosotros mismos, que impiden que podamos ser en verdad imagen  y semejanza de ese Dios que es amor y espera que nuestra vida sea una historia de entrega y de amor.
Cuando Jesús dice ante sus paisanos que en ese momento se cumplía la Escritura que acababan de escuchar, estaba enviando sobre ellos el Espíritu Santo para que con su eficacia provocara la sanción y la liberación interior que tanto necesitaban.
Igual ocurre hoy con todos los que le escuchamos.
                                                                                                           Jesús Higueras (ABC) 

lunes, 11 de febrero de 2013

LA DIMISIÓN DE BENEDICTO XVI: EL ESPÍRITU SANTO ESTÁ ACTUANDO SOBRE LA IGLESIA.



"Queridísimos hermanos,Os he convocado a este Consistorio, no sólo para las tres causas de canonización, sino también para comunicaros una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia.
Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando.
Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado.
Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los Cardenales el 19 de abril de 2005, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante y deberá ser convocado, por medio de quien tiene competencias, el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice.
Queridísimos hermanos, os doy las gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a mí el peso de mi ministerio, y pido perdón por todos mis defectos.
Ahora, confiamos la Iglesia al cuidado de su Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, y suplicamos a María, su Santa Madre, que asista con su materna bondad a los Padres Cardenales al elegir el nuevo Sumo Pontífice. Por lo que a mi respecta, también en el futuro, quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria".
                                                                                                     Benedicto XVI



         Cuando lo improbable tiene a bien corregir su improbabilidad, la rutina se rompe.
         Cuando dar crédito a las noticias es un acto de fe, en estos tiempos de crisis económica y social.
         Cuando los hombres nos creemos algo más que simples hombres, al dictado de la tecnología.
         Un anciano, sabio, venerable y venerado, nos coloca ante el espejo de nuestra propia humanidad.
         Con su ejemplo, hace más viva y cercana la doctrina de la Santa Madre Iglesia.
         Fiel al evangelio, hace de su vida entrega y plegaria.
         Su antecesor, el beato Juan Pablo II, hizo lo mismo de diferente forma.
         Ambos actúan por el bien de la Iglesia y por obra del Espíritu Santo.
                                                                                               ¡ALELUYA!

                                     ¡GRACIAS, SANTO PADRE!
       

La Familia Tellista eleva su plegaria, a María Madre de la Iglesia, por las intenciones del Papa y recivirá esperanzada y con renovada fe, en el tiempo de cuaresma, al nuevo sucesor de Pedro.
NO TENGÁIS MIEDO.
ORACIÓN-ACCIÓN Y SACRIFICIO.

sábado, 9 de febrero de 2013

EDUCADORES POR VOCACIÓN, SEMBRADORES DE FE Y ESPERANZA.

                                           ORACIÓN DEL EDUCADOR
              CELEBRACIÓN DEL DÍA DEL MAESTRO POR EL CLAUSTRO DEL COLEGIO SAN JOSÉ (MADRID)
Muchas veces, Señor, en estos tiempos de sospecha, en medio de esta extraña incomprensión que nos rodea, originada por tantos intereses nada limpios, me he preguntado si es legítimo "ENSEÑAR", si está bien seguir así: entregando sin reserva , ofreciendo gratuitamente un proyecto humano de esperanza con sentido de justicia y confrontado con amor.


Y me ha llegado la respuesta en el el encuentro que Tú mismo nos preparas cada día, haciendo confluir la disponibilidad y urgencia que has puesto en mi para revelar  y contagiar todo  un mundo de valores y el ansia que lleva cada niño, cada joven, de ser, de vivir en plenitud.
Solo quiero acertar, Señor. porque acojo agradecido tu designio en esta vocación de servicio que me has dado. deseo ser para mis estudiantes, libro abierto en el que puedan leer sus nombres  y sientan la alegría al pronunciarlos, porque encajan con su vida. No intento que se parezcan a mi, sino que escuchen y secunden la voz de su interior; que sean, simple, ellos mismos.
Cultiva, Señor, mi corazón en la renuncia para que no crezca en vanas ilusiones.Purifica y corrige todo asomo de egoísmo y dame la paciencia y constancia necesarias para estar creando siempre un espacio de bondad.


Ser "MAESTRO" es algo grande: ya lo sé. Me basta recordar con que estilo lo fue Jesús entre los hombres; por mi parte, sólo aspiro a evocar con mi presencia que seguimos siendo todos tus discípulos.